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Kamilo 100fuegos: En la hondura de un país
Publicado 28 octubre 2020



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Kamilo 100fuegos –como firmaba muchas de sus cartas a familiares y amigos– salió de Cuba en la primavera de 1953 rumbo a Estados Unidos, donde vio la posibilidad de ayudar a su familia, mejorar la economía del hogar y echarle una mano a los suyos con lo poco que ganó después, como sastre, en un taller de confecciones de Nueva York, o como ayudante de cocina en un Yacht Club de Long Island.

Una semana después de que Anisia cumpliera ocho años supo, por la voz entrecortada de su maestra Graciela Pinillo, que Camilo había desaparecido. No pudo explicarse cómo una niña de su edad lloraba por alguien que jamás había visto, más allá de una pantalla de televisión. ¿Cómo se calla una voz que días antes hablaba enardecida frente a todo un pueblo, ovación tras ovación? ¿En qué momento se disemina la sonrisa de un hombre en la hondura de un país, y se hace eterno?

Salió corriendo de la escuela primaria “Carlos Manuel de Céspedes”, en el municipio matancero de Cárdenas, hacia su casa. “No recuerdo ni por qué puerta salí para la calle. Llegué a la casa y abracé a mi mamá. Llorábamos las dos. Ella siempre sintió mucho cariño por Camilo y los niños también tenían tremenda empatía con él. Siempre se estaba riendo”, recuerda.

Anisia Villarreal –jubilada y profesora de Historia– cuenta que su mamá percibió que se había escapado de la escuela y fue a hablar con Graciela, “una excelente maestra, porque ¿cómo era posible que yo me hubiera ido del aula y ella no se había percatado de eso?”. A lo cual la profesora respondió: “Soy tan sensible como su hija, y cuando supe la noticia me pasó lo mismo que a ella”.

Ahora, a sus 69 años, Anisia dice, como si resumiera al Héroe de Yaguajay en una frase, que “Camilo era extremadamente querido por la gente”.

Dicen que era un hombre de pueblo. Y lo fue. Su primera casa, entre las callejuelas empinadas e irregulares de Pocito, entre San Anastasio y Lawton, fue tan “lujosa” como podía ser la de dos emigrantes hispanos que vivían con el salario intermitente de un sastre, tenían otros dos hijos y padecían la crisis económica y política provocada por la dictadura de Gerardo Machado.

Peregrinó por varios alquileres con su familia. Cazó mariposas con los amigos, tal como dictan los Dos Milagros de Martí. Hizo travesuras, se fajó, nadó y jugó pelota. Un niño común. Ahorró el dinero de su merienda para colaborar con un hogar de huérfanos españoles. Recolectó ropa y comida para enviar a España en medio de la guerra civil.

Se apasionó con el arte. Transformó hojas de álamo, por costumbre familiar y con un poco de pintura, en marcadores de libros. Hizo dibujos. Matriculó en la escuela anexa de San Alejandro e intentó esculpir algunos rostros en piedra. Renunció para ayudar a la economía familiar. Y fue mojador de telas, mozo de limpieza, el mejor dependiente de la sastrería El Arte (cosas del azar). Heredero de las dotes danzarias de Emilia, su mamá; de las ansias de justicia de Ramón, su papá. La precaria situación que imponía el batistato a la Isla lo hizo emigrar con apenas 21 años.

Kamilo 100fuegos –como firmaba muchas de sus cartas a familiares y amigos– salió de Cuba en la primavera de 1953 rumbo a Estados Unidos, donde vio la posibilidad de ayudar a su familia, mejorar la economía del hogar y echarle una mano a los suyos con lo poco que ganó después, como sastre, en un taller de confecciones de Nueva York, o como ayudante de cocina en un Yacht Club de Long Island.

“Durante todo este tiempo que Camilo estuvo en Nueva York, más o menos siete meses, estuvimos vinculados a una organización patriótica de cubanos exiliados, Acción Cívica Cubana, que editaba un periódico que se llamaba La Voz de Cuba, para el cual escribió varios artículos. José Antonio Pérez era administrador de este periódico y nos vinculó a esta organización patriótica; participamos en actos y manifestaciones antibatistianas, antitrujillistas, antisomocistas, etc.

Recuerdo que al producirse los sucesos del Moncada, en julio, nos reunimos para ver de qué forma apoyar y colaborar con la causa de los asaltantes, pues este hecho nos había conmovido mucho a todos”, rememora su amigo y compañero de viaje, Rafael Sierra.

En carta a Reinaldo, hermano de Sierra, Camilo escribe desde San Francisco cómo conoció del asalto al cuartel en Santiago de Cuba:

“No puedo escribir cómo me sentí aquel domingo en que escuchando la radio dieron la noticia ‘que se estaba peleando en toda la isla’; fue tal mi desesperación que no tenía otra idea de ir para allá, como fuera; horas más tarde, cuando andaba en busca de los medios, salió en las primeras páginas de los periódicos que el intento insurreccional había fracasado. Ese ha sido el día que más he querido a Cuba; fue ese día que le di gracias a la madre natura por habernos ofrendado una tierra como esa el día de la creación, una tierra donde sus hombres de arrestos mambises, y arrojo sublime, se lanzan a la muerte, antes que vivir de rodillas”.

Al vencerse la visa en territorio estadounidense, Camilo y Sierra fueron deportados hacia México en 1955 y de la nación azteca a Cuba. Un año más tarde regresó a San Francisco, pero esa vez con el objetivo de recaudar fondos para viajar a México y unirse a los futuros expedicionarios del yate Granma. Así lo recuerda Sierra:

“Después de unos pocos meses, que le sirvieron para recaudar los fondos económicos necesarios para el viaje y la estancia, Camilo marchó hacia México. Isabel y yo fuimos a despedirlo a la terminal, recuerdo que iba vestido con un saco sport y nos despidió con su franca sonrisa. Ninguna de las dos personas que lo despedíamos aquel día nos imaginábamos entonces que llegaría a ser el héroe legendario que es hoy”.

Desde hace algunos años abuela no va al litoral a echarle flores. En la costa norte de su Cárdenas natal comenzó esa tradición hacia el hombre de las mil anécdotas, como lo definiera el Che. Allí, el 15 de noviembre de 1959, los cardenenses desfilaron hacia el litoral para despedirse de Camilo. Pero abuela Luisa ya no va hasta la costa. Lo hizo en su juventud.

Sin embargo, en este octubre vuelve a hablarnos de Camilo, así, sin apellidos, como se nombra a la gente cercana:

“Alumnos y profesores salimos de la escuela. Recuerdo que había mucha gente llorando en la calle. Fue por la mañana. No había llegado el receso todavía. Aquello fue muy fuerte. Los cubanos sentíamos un cariño grandísimo por él”.

El jueves 29 de octubre Fidel suspendió una reunión del Consejo de Ministros al conocer la noticia. Cuentan que en los días de búsqueda, apenas comía ni tomaba agua, mientras dirigía la investigación desde una aeronave.

El Che fijaba la vista en el mar a bordo de un avión C-46. Almeida, Raúl, Celia, su hermano Osmany Cienfuegos… más de 50 aviones escrutando el cielo. Barcos mar adentro. Nada.

“Camilo no era universitario, pero había que ver cómo le hablaba al pueblo sin un papel y la gente le aplaudía. ¡Fíjate en quién confía Fidel para hacer la invasión a Occidente! Ahí estaba Camilo y el Che”, dice Roberto Blanco Trujillo, quien fuera combatiente internacionalista en Angola, y recuerda cuando una emisora afirmó que el Héroe de Yaguajay había aparecido: “El pueblo se lanzó pa’ la calle. Los carros pitaban. Cuando se supo que era falso, la gente viró pa’ sus casas con una tristeza del carajo. A Camilo todo el mundo lo quería”.

Roberto estudió en el primer curso de la Escuela Militar “Camilo Cienfuegos” de Matanzas y recuerda cuando en 1969 fue seleccionado junto a otros estudiantes para un viaje a Argelia.

“De regreso a Cuba subimos al avión en Árgel, la capital, y vimos a la mamá, el papá y Osmany, el hermano. Se emocionaron cuando supieron que viajarían junto a una delegación de camilitos de todas las escuelas del país. Me acuerdo del viejo: muy sociable, con sombrero y barba igual, pero ya canosa. Se parecía mucho”.

Si en algo coinciden muchos cubanos es que el Señor de la Vanguardia era un hombre de pueblo. Roberto es uno de ellos: “Fíjense que hoy, a 61 años de su desaparición física, seguimos hablando de él. Y cuando tantas personas lo recuerdan así, óiganme, no pueden estar equivocadas”.

El Che tampoco se equivocó cuando dijo que “Camilo, el guerrillero, es objeto permanente de evocación cotidiana”, aunque se hable más de él en fechas históricas y los 28 de octubre sigan siendo, por lo general, días grises en esta Isla.

Nosotros apenas rozamos los veintisiete años. Roque Dalton, el poeta, versó que tenerlos “es una de las cosas más serias”. A decir verdad, hoy nos embarga un sentimiento de inutilidad espantoso. ¿Qué hemos hecho? ¿Qué haremos?

Veintisiete años. ¡Camilo Cienfuegos tenía veintisiete años cuando el Cessna 310, número 53, rojo y blanco, desapareció! Solo vivió 301 días del triunfo revolucionario. Pero fue legendario, como alguna vez dijo Vilma Espín, desde su nombre “lleno de fuerza y poesía” hasta su muerte, mítica y aún dolorosa.


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