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  • El 2 de noviembre se celebra el Día de los Muertos o de las Ánimas, “por los fieles que ya no siguen en la vida terrenal”.
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    El 2 de noviembre se celebra el Día de los Muertos o de las Ánimas, “por los fieles que ya no siguen en la vida terrenal”.

Nadie puede apagar la luz de un muerto querido. Ellos siempre vuelven a la fiesta de la vida, a los altares, a la anécdota, a la hora del café.

“En el fondo hay una tumba

En la tumba, tu retrato

Todos los que te queremos gozaremos un rato…

Abuelo, aquí traigo tu tequila y tus cigarros sin filtro

Que esta noche estoy contigo”.

El cantautor Maico Monterrey la compuso en memoria de su abuelo materno Humberto González. “Es también un retrato del mexicano frente a la muerte, la inevitable compañía cotidiana”. Es un homenaje cultural a sus ancestros, con el uso de instrumentos prehispánicos y mariachi sinfónico, nos dice en exclusiva. Un regalo de amor. 

Cuando llegaron los españoles ya estaba en tierra latinoamericana “la gran celebración, el gran festín de los dioses, también conocido como Xocotl Huetzi”. 

Más o menos se celebraba al mismo tiempo que el Día de Todos los Santos. “Pero son dos celebraciones que tienen origen completamente diferente”, afirma la doctora María Luisa Spicer-Escalante, estudiosa del tema y profesora en Utah State.

Es una celebración de la vida y la muerte. El Día de los Muertos es una festividad que se celebra el 1 y 2 de noviembre en toda América Latina. 

El 1 de noviembre se celebra a todos los ángeles y a los que murieron de niños o nacieron muertos. Se homenajea a los santos -conocidos y desconocidos- en la mayor parte de países de tradición cristiana, porque para ser “más concretos” en el sentido bíblico de la palabra "todos los creyentes son santos". El 2 de noviembre se celebra el Día de los Muertos o de las Ánimas, “por los fieles que ya no siguen en la vida terrenal”.

"El Día de los Muertos es una tradición prehispánica entre los aztecas. Había muchas maneras de celebrar la muerte, pero también para darles las gracias a los dioses por las cosechas. Y no solamente había una celebración, sino muchas durante todo el año", dijo la doctora Celina Wille a la Utah Public Radio.

En el norte de México es tradición ir al cementerio para recordar a los seres queridos, limpiar sus tumbas y poner flores frescas. “Ahí mismo en las afueras de los panteones, tú puedes ver venta de flores, de comida, incluso en algunos años han ido mariachis o conjuntos de música regional. Al menos en el norte, donde, si las familias sienten el deseo de traerles música a sus muertos, invitan al conjunto, los contratan para cantar quizá la canción favorita de algún ser querido que ya murió”. 

Foto: EFE

“Yo acostumbro a viajar a Guatemala, no le llaman precisamente Día de los Muertos, pero sí tienen otras celebraciones, algunos platillos específicos como el fiambre -un platillo de origen maya, que mezcla carnes frías de origen español y vegetales de la zona- que está algo relacionado. O sea, estas costumbres se han ido extendiendo y han cambiado a través del tiempo y se manifiestan de diferentes maneras”, afirmó la doctora Wille. 

Porque los muertos se van contigo, ambas catedráticas crearon una ofrenda con decoraciones de comida hechas de cerámica, plantas, flores, velas y pan hecho de papel maché, justo en el Museo de Arte Nora Eccles Harrison, ubicado en el campus de la Universidad Estatal de Utah. 

Catrina

“Tenemos una Catrina, los que son mexicanos seguramente saben qué es, este personaje muy burgués, de una mujer que está como que tiene muchísimas joyas, está vestida súper linda, pero la idea es que no importa la clase social, no importa nuestra educación, no importa nuestra edad, todos nos vamos a morir. Entonces, a partir del positivismo mexicano del siglo XIX, nace este personaje”, dijo la doctora Spicer-Escalante.

El nombre original del grabado fue “Calavera garbancera”, cuya representación, pese a tener sangre indígena, renegaba de su herencia cultural. El autor fue José Guadalupe Posada, un cronista satírico de finales del siglo XIX y comienzos del XX, quien cultivó un género popularizado como “calavera literaria”, publicado en periódicos de línea crítica hacia el Gobierno para retratar la miseria y la hipocresía de la sociedad mexicana.

Sería más adelante que el pintor Diego Rivera la convertiría en La Catrina, típica de la aristocracia del siglo XIX. “En los huesos, pero con sombrero francés, con plumas de avestruz”. 

Foto: EFE

En 1947 reconoce la representatividad de La Catrina como símbolo de las contradicciones de la sociedad mexicana decimonónica, y la ubica en su mural titulado Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central. Allí aparece junto a Benito Juárez, Hernán Cortés, Sor Juana Inés de la Cruz, Frida Kahlo y hasta una versión infantil de sí mismo. Hoy por hoy, se ha convertido en la insignia de la celebración del Día de Muertos.

Por el significado patrimonial de estas celebraciones del Día de los Muertos en las comunidades indígenas mexicanas, el 7 de noviembre de 2003 comenzó a formar parte de la lista del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

El Día de los Muertos no sólo conmemora a sus antepasados, sino que repercute como parte de la identidad y la cosmovisión comunitaria en las regiones maya, nahua, zapoteca y mixteca. A propósito tienen lugar diversos encuentros preparatorios o rituales que facilitan la interacción de las familias y de comunidades enteras. Entre ellos y con los muertos, que son los ancestros de 5.872.000 indígenas que la habitan. 

Foto: EFE

Significan más de un 90 por ciento del total de la población indígena, según el Censo Nacional de Población de México (2002), entre los cuales se encuentran los amuzgos, atzincas, coras, cuicatecos, chatinos, chichimecas-jonaz, chinantecos, chocho-popolocas, choles, chontales de Oaxaca y Tabasco. 

También huastecos o teneek, huaves, huicholes, ixcatecos, ixiles, jacaltecos, matlatzincas, mayas, lacandones, mayos, mazahuas, mazatecos, mixes, mixtecos, motozintlecos y nahuas. Incluyen a los pames, popolucas, purépechas, tepehuas, tepehuanos, tlapanecos y tojolabales. 

Igualmente a totonacas, triques, tzeltales, tzotziles, yaquis, zapotecos y zoques para quienes, para todos, celebrar a sus muertos es a su vez una zona de tránsito entre una época de profunda escasez y un periodo de relativa abundancia.

Obviamente, se ha enriquecido con las aportaciones de más de 60 grupos indígenas de todas las regiones de México y su relación con las culturas africanas, asiáticas y europeas presentes en sus territorios. 

Los pueblos indígenas que reproducen la tradición cultural de celebraciones a los muertos están localizados en varios estados y ciudades de México. Se pueden mencionar el Distrito Federal, Campeche, Chiapas, Durango, Estado de México, Guanajuato, Guerrero, Jalisco, Michoacán, Morelos, Nayarit, Oaxaca, Puebla, Querétaro, Quintana Roo, San Luis Potosí, Tabasco, Tlaxcala, Veracruz, Yucatán y Zacatecas. 

Existen poblaciones indígenas cuyas conmemoraciones se extienden durante todo el mes de noviembre, como en el caso de los chontales de Tabasco. Allí los muertos permanecen un mes en las comunidades, vinculados a ritos domésticos en actitud solemne, con el estilo íntimo y familiar, para recordar a sus antepasados.

En contraste, en la región huasteca, los nahuas reciben a sus muertos con expresiones festivas y casi carnavalescas.

Día de fiesta, no de duelo

Una gran riqueza cultural queda en las creaciones artísticas alegóricas a la muerte, por parte de pintores, músicos y poetas de toda Latinoamérica. Destacan valiosas obras mexicanas, como la producción gráfica de José Guadalupe Posada, el mito de la vida de Frida Kahlo y la poesía de José Gorostiza, entre otros. 

Igualmente queda asentada en la literatura académica de Octavio Paz “una civilización que niega a la muerte, acaba por negar a la vida”. 

Como lo asevera este fragmento del texto Todos Santos, Día de muertos, del libro El laberinto de la soledad, (1950). “Gracias a las fiestas el mexicano se abre, participa, comulga con sus semejantes y con los valores que dan sentido a su existencia religiosa o política. Y es significativo que un país tan triste como el nuestro, tenga tantas y tan alegres fiestas. Su frecuencia, el brillo que alcanzan, el entusiasmo con que todos participamos, parecen revelar que, sin ellas, estallaríamos".

Foto: EFE

"Ellas nos liberan, así sea momentáneamente, de todos esos impulsos sin salida y de todas esas materias inflamables que guardamos en nuestro interior. Pero a diferencia de lo que ocurre en otras sociedades, la fiesta mexicana no es nada más un regreso a un estado original de indiferenciación y libertad; el mexicano no intenta regresar, sino salir de sí mismo, sobrepasarse. Entre nosotros la fiesta es una explosión, un estallido. Muerte y vida, júbilo y lamento, canto y aullido se alían en nuestros festejos, no para recrearse o reconocerse, sino para entredevorarse. No hay nada más alegre que una fiesta mexicana, pero también no hay nada más triste. La noche de fiesta es también noche de duelo”.

“Por otra parte, la muerte nos venga de la vida, la desnuda de todas sus vanidades y pretensiones y la convierte en lo que es: unos huesos mondos y una mueca espantable. En un mundo cerrado y sin salida, en donde todo es muerte, lo único valioso es la muerte. Pero afirmamos algo negativo. Calaveras de azúcar o de papel de China, esqueletos coloridos de fuegos artificiales, nuestras representaciones populares son siempre burla de la vida, afirmación de la nadería e insignificancia de la humana existencia. Adornamos nuestras casas con cráneos, comemos el Día de los Difuntos, panes que fingen huesos y nos divierten canciones y chascarrillos en los que ríe la muerte pelona, pero toda esa fanfarronada familiaridad no nos dispensa de la pregunta que todos nos hacemos: ¿qué es la muerte? No hemos inventado una nueva respuesta. Y cada vez que nos la preguntamos, nos encogemos de hombros: ¿qué me importa la muerte, si no me importa la vida?”.

Fueron conocidos los sones de difuntos, que tienen su origen en el minueto: composición instrumental, desde sonatas hasta sinfonías con el peso emotivo y la sacralidad para venerar las almas de los difuntos. A lo ancho del mundo, hoy se usan en festividades como el Día de Muertos, pero en internet puedes encontrar desde un corrido mexicano hasta un rock para celebrarlos.

Como en pocos lugares, el arte de la fiesta, envilecido en otras latitudes, tiene en México un enriquecimiento en la convivencia, donde la muerte es parte de la vida. Presente en los juegos infantiles, en las fiestas, en los amores y en los pensamientos.

Luz propia

Nadie puede apagar la luz de un muerto querido. Ellos siempre vuelven a la fiesta de la vida, a los altares, a la anécdota, a la hora del café. A las frutas, a las flores, a los panes en forma humana. Acompañan el vuelo de los papalotes, para que los espíritus malignos no molesten a las ánimas buenas.

Ellos siempre vuelven al sillón que el viento mece el día de la tristeza, con esa presencia callada, inconfundible, visible. 

“Y al fin, como un sueño el tiempo vuela. Y al fin la vida es una ilusión que dura, lo que dura esta canción”.


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